Franco, Queipo, la Iglesia… y la España soñada
La Iglesia, al igual que la derecha española, nunca ha roto amarras con el franquismo ni ha hecho examen de conciencia por su papel clave en la consolidación del golpe militar, al que con su apoyo dio carácter de cruzada. Tiempo después, el modelo de transición le permitió pasar de la dictadura a la democracia sin más coste que algún pequeño gesto para demostrar que, pese a haber sido soporte fundamental del régimen surgido del golpe militar de 18 de julio de 1936, ya no se encontraba en esa onda. Estos efluvios renovadores le duraron lo suficiente como para asegurar su posición en el nuevo orden, en el que consiguieron consolidar su situación de privilegio. Su evolución desde entonces la conocemos y la padecemos por su constante injerencia en la vida pública española a través de los presidentes de la Conferencia Episcopal y de algunos obispos y cardenales de todos conocidos por sus reaccionarias cuando no estrafalarias declaraciones.
Lo que se espera de un Estado supuestamente aconfesional es que actúe en consecuencia. Para empezar convendría revisar el Concordato
La Iglesia, al igual que la derecha española, nunca ha roto amarras con el franquismo ni ha hecho examen de conciencia por su papel clave en la consolidación del golpe militar, al que con su apoyo dio carácter de cruzada. Tiempo después, el modelo de transición le permitió pasar de la dictadura a la democracia sin más coste que algún pequeño gesto para demostrar que, pese a haber sido soporte fundamental del régimen surgido del golpe militar de 18 de julio de 1936, ya no se encontraba en esa onda. Estos efluvios renovadores le duraron lo suficiente como para asegurar su posición en el nuevo orden, en el que consiguieron consolidar su situación de privilegio. Su evolución desde entonces la conocemos y la padecemos por su constante injerencia en la vida pública española a través de los presidentes de la Conferencia Episcopal y de algunos obispos y cardenales de todos conocidos por sus reaccionarias cuando no estrafalarias declaraciones.
Dada su estrecha relación con el fascismo español, la Iglesia nunca ha tenido problema alguno en dar cobijo durante décadas a criminales de guerra como Franco o Queipo, entre otros, a los que la autoridad eclesiástica considera simples cristianos que murieron en la fe. Se insiste una y otra vez en que hechos como que, a día de hoy, el dictador disfrute de un mausoleo faraónico cercano a Madrid o que los restos de un genocida como Queipo permanezcan en una basílica en Sevilla serían impensables en países europeos como, por ejemplo, Alemania. Y al hacer esto se olvida una y otra vez el hecho fundamental de que, a diferencia de Alemania, nuestro fascismo primigenio se perpetuó durante varias décadas adornándose con nuevos trajes que fueron variando según las circunstancias hasta conseguir controlar el proceso de salida al modo gatopardesco. Debía cambiar todo para que lo fundamental permaneciera y dentro de “lo fundamental” estaba la Iglesia, cuya directa implicación en el control político social e ideológico de la sociedad española no le pasó factura alguna. Hay que tener en cuenta que en los cientos de miles de consejos de guerra celebrados en España durante años, no podían faltar cuatro informes, que eran los del comandante de puesto de la Guardia Civil, el alcalde, el jefe de Falange y el párroco, y que los de estos últimos no brillaron precisamente por inspirarse en el mensaje evangélico.
En el caso de Queipo hace ya tiempo que desde el movimiento pro memoria se viene insistiendo en que sus restos salgan de la nave principal de la basílica que lo albergó tras su muerte en 1951. Lo que se consiguió con ello fue un lavado de cara que consistió en realizar dos cambios en la lápida: donde se leía “Excelentísimo Sr. Teniente General” pasó a leerse “Hermano Mayor Honorario” y la fecha clave de “18 de julio de 1936” se tapó con el símbolo de la Hermandad. En el caso de Franco ha sido el Gobierno, con escasa reflexión previa sobre las dificultades que podían surgir –el contencioso entre el ejecutivo, la familia y la Iglesia roza el esperpento–, el que ha planteado que había que sacarlo del Valle de los Caídos. Las diferencias entre ambos lugares son muchas pero el factor común es que los dos se encuentran en recintos eclesiásticos. Se parecerán más en el caso de que Franco acabe en la Almudena. Leer más en CTXT...
En el caso de Queipo hace ya tiempo que desde el movimiento pro memoria se viene insistiendo en que sus restos salgan de la nave principal de la basílica que lo albergó tras su muerte en 1951. Lo que se consiguió con ello fue un lavado de cara que consistió en realizar dos cambios en la lápida: donde se leía “Excelentísimo Sr. Teniente General” pasó a leerse “Hermano Mayor Honorario” y la fecha clave de “18 de julio de 1936” se tapó con el símbolo de la Hermandad. En el caso de Franco ha sido el Gobierno, con escasa reflexión previa sobre las dificultades que podían surgir –el contencioso entre el ejecutivo, la familia y la Iglesia roza el esperpento–, el que ha planteado que había que sacarlo del Valle de los Caídos. Las diferencias entre ambos lugares son muchas pero el factor común es que los dos se encuentran en recintos eclesiásticos. Se parecerán más en el caso de que Franco acabe en la Almudena. Leer más en CTXT...